Comentario
Tres años de guerra habían afectado la vida de los italianos en todos los aspectos. Junto a las crecientes dificultades materiales, se situaba la larga serie de desastrosas actuaciones de las fuerzas enviadas al frente.Italia, era ya evidente, no actuaba más que como un apéndice del poderío alemán, repetida y abrumadoramente puesto de manifiesto. Ante la opinión italiana, el descrédito del partido y su jefe crecían ayudados por estas circunstancias que ni siquiera la propaganda del régimen era capaz de ocultar.La tendencia hacia una salida de la guerra, con la voluntad de Mussolini o sin ella, iba cobrando adeptos. Pero la capacidad de actuación de forma efectiva estaría, en definitiva, en manos de los detentadores del poder. Estos sectores, previendo un hundimiento general producido por la derrota bélica, preferían actuar antes de que las circunstancias llegasen a desbordarles.En el interior del partido, las fricciones y diferencias se agravaban ante el deterioro de la situación, que ya amenazaba con hacerse peligrosa para quienes estaban acostumbrados a ejercer la dominación sobre el país sin ningún género de control ni oposición.Mientras, los miembros más jóvenes y combativos, en cierto sentido todavía ilusionados con la ideología sustentada por el régimen, acusaban a los más antiguos fascistas de aburguesamiento; éstos, situados en la misma cúpula del poder, iban adoptando actitudes verdaderamente críticas hacia la actividad de su jefe natural.La decisión terminante de Mussolini de continuar la guerra al lado de Alemania se presentaba a la vista de los jerarcas del partido como el mayor peligro para la conservación de sus posiciones y prebendas. Pretendían salvar al descompuesto y anquilosado régimen aun a costa de olvidar la fidelidad al hombre que los había elevado hasta sus actuales posiciones.El tantas veces utilizado justificativo del interés del pueblo y el Estado serviría también ahora para arropar actividades e intereses estrictamente corporativos por parte de una minoría amenazada y temerosa. El partido había perdido -era bien evidente- la mayor parte de los apoyos sociales con que innegablemente había contado hasta entonces.La promulgación de leyes rechazadas por una gran mayoría, como las de carácter antisemita, había contribuido a este rechazo. La aceptación, resignada o entusiasta, según los casos, de la dictadura había pasado a transformarse en oposición y hostilidad. Con el transcurso de los últimos meses del año 1942, el peligro de una invasión aliada, junto con las deficiencias en el aprovisionamiento, había hecho aumentar el malestar general.Finalmente, un hecho de especial significado venía a probar la evidente debilidad del régimen fascista. El despertar público y violento de las organizaciones de izquierda, partidos y sindicatos, hasta entonces en la clandestinidad, ponía la nota dominante en la sombría coyuntura.Las grandes huelgas -las primeras bajo el fascismo- iniciadas en las factorías Fiat de Turín, se extenderán rápidamente por el país. En los primeros meses del año 1943, el movimiento huelguístico de protesta contra la guerra y las dificultades materiales dominará el norte industrial. Las iniciales reivindicaciones pacifistas y económicas no tardarán en adquirir un tono político.Es la primera ocasión en que el régimen se encuentra enfrentado a esta clase de manifestaciones de oposición. La carencia de capacidad suficiente de reacción será la mejor muestra de su verdadero estado de postración.Con este amenazador telón de fondo, los más altos jerarcas fascistas, los más beneficiados en todos los sentidos por la dictadura, comienzan a articular su acción común. La supervivencia o derrumbamiento de Italia en la guerra es, para ellos, sinónimo de la del partido y de la suya propia. La porfiada actitud del Duce en mantener la alianza con el temible asociado alemán habrá de decidir para estos "fieles" su apartamiento del poder.En las primeras semanas de 1943, la conjuración es conocida por los servicios de información de Mussolini. En consecuencia, éste procederá en el mes de febrero a un reajuste del personal más destacado. Desde el cargo de jefe superior de la Policía hasta el de secretario general del partido, la remoción de algunas de las personas que ocupaban las más altas instancias parece suficiente al dictador para desarticular la operación organizada a sus espaldas y contra él mismo.Pero la expulsión de sus cargos de algunos de los más viejos fascistas, figuras ya legendarias de la conquista del poder, obra un efecto contrario al pretendido. Los que hasta entonces habían sostenido actitudes no del todo decididas a la toma de medidas en contra de Mussolini, acaban uniéndose a los conspiradores iniciales. La crítica, en un principio temerosa, comienza a fortalecerse y a sustituir gradualmente a una devoción y lealtad al jefe hasta entonces nunca puestas en cuestión, riesgo de toda dictadura.Una renovación, parcial pero profunda, de los cuadros locales del partido, ilustra la voluntad de Mussolini de mantener bajo su propia mano una organización que comienza a abandonarle. Pero es ya demasiado tarde, y los notables, alertados por estas medidas, deciden la necesidad de reaccionar para salvarse del desastre que se presiente. En el mes de mayo, un informe secreto de la policía anota: "El partido ha perdido la confianza y la estima incluso de sus propios seguidores..."